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Estatua de Hércules Primigenio, de Estepa.

Fue la más célebre y de la que más se ha escrito. Don Juan de Córdoba en 1659 presentó petición para su traslado al Palacio de Lora. Destaca la veneración y culto en la que la tenían los estepeños en la plaza principal, presidiendo la puerta del palacio, para honor y protección de los que entraban y salían.

Estatua de “ El Gran Pompeyo”, de Estepa.

De tamaño natural, tan cuidada en sus detalles, que los lugareños la identificaban con un personaje mítico pero a la vez cercano a ellos. De busto entero, estaba primorosamente labrada. Era de color pardo e imitaba en su rudo ropaje, el antiguo militar romano. La cabeza aparecía cubierta con cimera rematada de airosas plumas. El busto estaba defendido por la lórica y la cintura y el vientre, ceñido por adornado cíngulo.

Estatua de Estepa.

 Procedía de Estepa y era de la misma calidad de piedra que “El Gran Pompeyo”. Destacaba por la amplitud de su ropaje y el particular tocado de su cabeza. De cuerpo entero y de más de una vara de alto, llevaba túnica envuelta en toga con múltiples pliegues. Llamaba la atención una especie de bonete de forma singular y extraña. Por la vestimenta pudiera representar a algún magistrado benemérito.

Estatua de Itálica.

Era la única que no pertenecía en su procedencia al Estado de Estepa.

Sus cualidades técnicas y artísticas eran excepcionales. Destacan la blancura de su color y el pulimento suave, cuidadoso y preciso de su factura. La estatua representaba a Trajano o Adriano, tan abundantes en Itálica, pero también a un tal Marco Junio Marcial Italicense, y que correspondiera a la lápida sepulcral existente también en el palacio de Lora.

Estatua de Lora.

Era la única procedente de Lora. De una vara de alto, tenía el mismo tipo de piedra que el “Gran Pompeyo”.

Respecto al paradero de las estatuas que constituyeron la parte principal del tesoro artístico del que pudo ser uno de los primeros y mejores museos de nuestra región no tenemos noticias.

Hace dos siglos, Aguilar y Cano se afanó y las buscó por Sevilla, indagando por su Museo, antiguo convento de la Merced. Y le comentaron que probablemente estaban en Umbrete, tal vez en el Palacio Episcopal.